Roma creó la institución del plebiscito. Fue una facultad de las clases plebeyas y resultó un acierto político. Las normas que impulsaba el Tribuno de la Plebe, primero eran de cumplimiento obligatorio para los sectores populares, pero después de algunos años, cuando la experiencia aconsejaba su confirmación, se aplicaban a todos los ciudadanos.
La figura del plebiscito cayó en desuso, sobre todo cuando el absolutismo monárquico reemplazó la voluntad del pueblo por la opinión del rey. Volvió a emerger a partir del triunfo del capitalismo y la libertad, cuando las constituciones demoliberales restablecieron el respeto por el individuo y valorizaron su opinión.
Con el paso del tiempo se fue abriendo paso la tendencia hacia formas directas de participación popular, sin abandonar el principio de que "el pueblo no gobierna sino por medio de sus representantes". El referéndum o el plebiscito se fueron incorporando a los procedimientos usuales de consulta y su empleo ha sido cada vez más frecuente.
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